A 250 kilómetros de Río de Janeiro se levanta una ciudad colonial que ofrece hermosas playas y paisajes, un imperdible complejo arquitectónico del siglo XVI y más de cincuenta islas para recorrer. Románticos, estén atentos.
Es difícil caminar por los pasajes de Paraty y observar, al mismo tiempo, sus casas e iglesias, sus árboles y sus habitantes. Las piedras que conforman sus calles fueron puestas allí hace cientos de años y allí permanecen, intactas, desprolijas, y obligan a mirar hacia abajo para calcular pisadas y evitar caídas. Sus viviendas, un fuerte del 1600, varios museos y tiendas de artesanías indígenas son algunos de los testimonios que permiten descubrir, con cuidado de no tropezar, la rica historia de una ciudad costera vinculada al comercio del oro y el café en el período colonial, que a su vez está rodeada de maravillas naturales.
Las calles, con sus casas inmaculadas, en su mayoría blancas, sólo ven interrumpida su tranquilidad cuando se inundan por completo, los días que la marea sube lo suficiente para alcanzarlas. Ocurre seguido y nadie protesta: las cuñas que se forman en las calles obligan al mar a fluir en su avance y retirada, y cumplen con el plan de antaño de los arquitectos de Paraty, que diseñaron el sistema para lidiar con el problema de ser una ciudad ubicada al nivel del mar y tan cerca suyo. De paso, aseguran los vecinos, se aprovecha la invasión del agua para librarse de los desechos de una ciudad que muchos llaman la Venecia brasilera.
Lo primero que se imagina sobre unas vacaciones en la costa de Brasil son sus playas, el sol, las palmeras y la caipirinha. Pero esta ciudad tiene bastante más para ofrecer. Algunos de sus atractivos se encuentran en el casco viejo o centro histórico, que abarca prácticamente toda la urbe.
Siglos de historia signada por la conquista portuguesa están impresos en sus edificios coloniales. Y sus caminos son evidencias de las estrategias que implementaron los europeos en su afán de encontrar oro y trasladarlo al puerto. La principal ruta de Paraty, el Caminho Velho do Ouro, por ejemplo, fue abierta entre la selva en el siglo XVI con la esperanza de unir el mar Atlántico con las minas de Potosí.
"Se equivocaron, quedaba muy lejos", sentencia con una sonrisa contagiosa Gustavo, un guía turístico que pasó su infancia en la ciudad y la conoce como pocos. Al igual que el resto de los locales, de sus palabras, gestos y risa emanan alegría y buena predisposición. Se nota (cínicos, abstenerse) que no es porque quiere buenas propinas. Hace años está dedicado a la guía turística del lugar y no deja de repetir que le encanta su estilo de vida. Habla cinco idiomas, tiene la credencial de guía oficial y se ofende con los aficionados que se dedican a dirigir grupos de turistas sin preparación. Tiene razón: un paseo con un buen guía, conocedor de la historia de la ciudad y de la fauna y la flora que la rodea, vale la pena.
EL DÍA, LA NOCHE
Los servicios turísticos están muy desarrollados. Lejos de la onda all inclusive, lo ideal en Paraty es embeberse de los encantos urbanos, escuchar sus historias, comer cada día en un restaurante distinto o tomar algo en alguno de los tantos bares, además de descansar en sus playas y tomar excursiones en barcos.
Sus visitantes no son únicamente extranjeros. Paulistas y cariocas se escapan del ruido citadino con rumbo a Paraty los fines de semana y eso se capta claro al observar la cantidad -y calidad- de los restaurantes.
Los sábados y domingos ebullen en sus salones aromas, risas, y música muchas veces en vivo. Es el caso de Margarida Cafe, donde conviene reservar si se quiere asegurar una mesa, y de la Casa do Fogo, un lugarcito de no más de diez mesas, acogedor por sus cálidos colores pasteles y su ambientación lumínica tenue. Se distingue del resto por la particular forma en que preparan sus comidas: las llamas que surgen de las sartenes donde flambean los alimentos en cachaça iluminan la cocina -que está a la vista- y los platos llegan a la mesa con un aroma distinto a todo.
El costado artístico de Paraty no puede ignorarse. Varias veces al año se organizan festivales y exposiciones. En la rua Dona Geralda funcionan el Teatro Espaço, que tiene más de 40 años de vida, y la Casa da Cultura, una exposición permanente que presenta, en obras plásticas y a través de la tecnología, la trayectoria de Paraty desde sus orígenes.
El puerto de Paraty está repleto de barcos desde el continente hasta la punta del extenso muelle que se adentra en las aguas del Atlántico. Sobre las naves decoradas con flores y pintadas de colores vivos, cientos de navegantes nativos pululan sobre la madera, se gritan indicaciones desde la popa a la proa, bailan, cantan y hasta tocan instrumentos. Por detrás, descansa la ciudad de Paraty, bella, quieta, como pidiendo que le saquen una foto. Y el turista suele ceder, aunque sepa que ya fue fotografiada desde allí incontables veces.
BUCEO Y CAIPIRINHAS
Una embarcación recorre las paradisíacas playas de Paraty. Foto: Ivana Salfity / Embajada de BrasilAunque harían falta meses para conocer las 65 islas que conforman su bahía, con un paseo en barco alcanza para verlas desde lejos y visitar las más lindas. La idea es pasar el día a bordo, tomar sol en las reposeras de la cubierta, almorzar y tomar una caipirinha. En la parte inferior de las embarcaciones suele haber unas cómodas colchonetas desde donde pueden observarse los paisajes en posición horizontal y a resguardo del rajante sol. Los viajes que se contratan desde Paraty suelen incluir dos paradas, para saltar del barco y bucear o nadar hasta las islas, o bien para subirse a una lanchita y viajar en forma cómoda hasta tierra firme.
Otra de las variadas excursiones que se contratan en Paraty son los viajecitos en jeep selva adentro. Es la manera ideal de observar el verde, desde los asientos de atrás, libres de ventanillas. En general, proponen paradas en destilerías de cachaça, donde el aroma de la caña de azúcar recién procesada puede marear a los más sensibles y tentar a los amantes de esa bebida típica de Brasil.
También en la selva, se puede comer en el restaurante Vila Verde, donde no es posible sentarse adentro, porque todas las mesas están distribuidas en un gran deck al aire libre, de forma circular, que da la sensación de que se está comiendo entre los árboles. Y como si no alcanzara con la brisa, el canto de los pájaros, el aire húmedo y puro, el clima templado y el silencio casi absoluto que reinan en Paraty, en medio de la mata atlántica también se levanta una casa de masajes, propiedad de Hans Neus, un holandés que hace cinco años decidió dejar su puesto en la empresa multinacional Philips y se radicó en Paraty para montar un spa. Su historia es tentadora: cuando los aromas de los árboles entran por las ventanas abiertas de las habitaciones y el sonido del mar se cuela entre las cortinas, invitan por lo menos a soñar con vivir en un lugar así todo el año.
Cómo llegar
- A mitad de camino entre Río de Janeiro y San Pablo, se llega a Paraty por ruta -hay transfers, autobuses y se pueden alquilar autos-, por barco y por aire (cuenta con un aeropuerto para aviones de mediano porte).
- Paseo en jeep por atractivos naturales como el Camino del Oro y la cascada do Tobogã (6 horas): 275 pesos argentinos (aprox).
- Almuerzo en Vila verde, entre la mata atlántica: unos $ 200.
- Paseo en barco por la bahía de Paraty, con frutas tropicales, máscara y snorkel incluidos (6 horas): $ 180 (aprox).
- Almuerzo a bordo: $ 100.
- Cena en restaurantes del casco histórico: $ 150 (aprox).// La Nación (AR)
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