Ningún hombre ama el desierto, porque en el desierto no hay nada, y no hay hombre que no necesite nada», le decía el príncipe Faisal a D. H. Lawrence –Lawrence de Arabia en la gran película de David Lean de 1962–. El líder de los guerrilleros árabes no se creía la fascinación que el hostil desierto despertaba en aquel inglés de aspecto impoluto que encarnaba el actor Peter O'Toole. Pero Faisal se olvidaba de que el hombre occidental, inmerso en su vorágine del día a día, es en la inmensidad de la nada donde a veces se despoja de lo superfluo y se siente más libre. Y la particular nada de Lawrence de Arabia fue el desierto de Wadi Rum. El lugar –desde donde este militar del Ejército británico orquestó las fuerzas árabes durante su levantamiento contra los otomanos en 1918– marcó mucho a Lawrence, quien en su libro de memorias 'Los siete pilares de la sabiduría' lo describía así:"Inmenso, solitario... Como tocado por la mano de Dios".
Este misticismo a la hora de hablar de Wadi Rum es perfectamente comprensible, porque cuando se llega por primera vez uno cree estar en un paisaje sacado de una de las novelas deJulio Verne, un lugar que poco tiene que ver con este planeta. Este inmenso paraje del sur de Jordania –para algunos, el desierto más hermoso del mundo– tiene un aspecto mágico: un inmenso mar de arena habitado por gigantes de piedra arenisca que cambian del amarillo al rojo conforme avanza el día. Entre dunas y paredes verticales de roca, uno todavía puede sentirse como el intrépido Lawrence gracias a que el lugar apenas ha cambiado en los últimos cien años. Con matices: adentrarse en la inmensidad del desierto es mucho más fácil actualmente gracias al Centro de Visitantes (www.wadirum.jo), situado al norte. Desde aquí es desde donde el viajero puede organizar su visita.
La actividad más típica es la excursión en jeep por las dunas, en la que se visitan algunos delos rincones más espectaculares del Wadi Rum: el Puente de Piedra de Burdah (un arco de roca tallado por el viento), los Siete Pilares de la Sabiduría (una inmensa mole de arenisca que domina el desierto), los petroglifos del cañón de Khaz'ali (tallados en la piedra por las caravanas de nabateos hace más de dos mil años)... Para los que quieran dar a su excursión un toque más parecido a las aventuras de Lawrence, pueden cambiar el todoterreno por los lomos de un camello. Y los más aventureros disfrutarán de las vistas desde el aire que ofrecen los viajes en globo o en ultraligero.
Pero Wadi Rum puede resultar muy grande si se visita en una sola jornada. Por eso es muy recomendable decidirse a pasar una noche en el desierto. No solo se ganará tiempo, sino que, además, la experiencia permitirá vivir durante unas horas como un auténtico beduino y emular a las míticas caravanas de comerciantes que atravesaban esta zona siglos atrás.
El desierto de Wadi Rum fue un lugar de paso habitual de las caravanas de los nabateos, los mismos que excavaron en las rocas de una garganta del cercano valle de Wadi Araba (unos 100 km al norte de Wadi Rum) la hermosa ciudad de Petra. Los nabateos eran una tribu árabe que controlaba esta zona de Oriente Próximo hace más de dos mil años; conocían a la perfección los secretos del desierto del Wadi Rum, que guardaban con mucho celo: todas las caravanas con destino u origen en la India o China (repletas de especias, seda, perlas, incienso o marfil) debían atravesar este desierto, por lo que los nabateos se convirtieron en una pieza clave en el comercio entre Occidente y Oriente.
En Wadi Rum se puede pasar la noche en dos tipos de alojamientos. Desde el Centro de Visitantes se ofrece la posibilidad de pernoctar en acampada libre. Estos campamentos no tienen ningún tipo de instalación, por lo que es necesario que los visitantes lleven su propio equipamiento. La otra opción es elegir uno de los campamentos beduinos, equipados con instalaciones muy completas que, además, ofrecen actividades de ocio. Pasar la noche en Wadi Rum permite marcharse de este desierto con una de sus imágenes más espectaculares: el amanecer. Cuando las primeras luces bañan las arenas rosáceas del mar de arena, uno no puede evitar oír en su cabeza las notas de la célebre banda sonora que Maurice Jarre compuso para Lawrence de Arabia. La sensación no puede explicarse con palabras, pero si se pudiera, el príncipe Faisal entendería entonces por qué se puede llegar a amar el desierto.// 20 minutos (ES)
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