La Renovación en el Espíritu Santo ha ofrecido durante el Año de la Fe una relectura de los diez mandamientos a través de la iniciativa “10 plazas para 10 mandamientos”, con diez grandes eventos –cada uno de ellos dedicado a un precepto- de oración, alabanza, música, danza y testimonios de fe en las principales plazas de diez ciudades italianas.
Los actos congregaron a 120.000 asistentes, y un millón y medio de personas los siguieron por televisión a través del canal TV2000.
El proyecto llamado también “Cuando el amor da sentido a tu vida…” mostró “el arte de vivir los diez mandamientos que Dios dio no sólo a Moisés, sino también a nosotros, a los hombres y mujeres de todos los tiempos”, como destacó el Papa Francisco en un vídeo mensaje a sus participantes.
La iniciativa ha concluido con un manifiesto final en el que cada mandamiento se ha asociado a una categoría social (obreros, agentes sanitarios, sacerdotes, familias,…), a la que se invita con propuestas concretas a vivir y practicar el contenido del precepto. Los promotores están recogiendo firmas de adhesión al documento para llevarlo al debate público.
Esta es su interesante “traducción” de las tablas de la ley al lenguaje actual para mostrar al hombre de hoy el camino de libertad trazado en esos diez preceptos:
Yo soy el Señor tu Dios. La crisis del hombre moderno es crisis de Dios, eclipse de Dios, ignorancia de Dios, aversión a Dios. La esperanza de los hombres es decepcionada por estar la respuesta fuera de Dios. El hombre subordina su propia vida, su futuro, todo lo que posee de bueno, a otros “señores”. Larga sería la lista de todos los “falsos señoríos” propuestos por el espíritu del mundo opuesto al Espíritu de Dios.
No tendrás otro Dios fuera de mí. Los ídolos parecen disfrutar de una salud óptima, Dios parecería en cambio suscitar menos fascinación en el hombre moderno. Sin embargo se trata de “ídolos mudos”, que no pueden salvar el corazón del hombre en su más recóndita necesidad de amar y ser amado. ¡Cuántas imitaciones, cuántos falseamientos del verdadero rostro de Dios! Se hace la guerra en nombre de Dios, pero Dios es uno. Si es “uno” no puede estar en conflicto, en perenne conflicto entre generaciones y pueblos.
No tomarás el nombre de Dios en vano. De cuántas maneras de insulta a Dios, se blasfema, se altera su verdadera esencia. Es fácil usar el nombre de Dios, doblegándolo a las propias necesidades. Cuántos falsos profetas abusan de los demás, especialmente de los “débiles” en nombre de Dios. Cuántos creyentes se “autosalvan” dando a Dios el nombre “misericordia” olvidando que su nombre es también “verdad” y “justicia”.
Santificarás las fiestas. La fiesta, y por tanto el reposo del trabajo, es el espacio ofrecido a la intimidad con Dios. Es tiempo reservado al descubrimiento de uno mismo en relaciones de verdadera fraternidad con los demás. Asistimos a la desnaturalización de esta verdad: la fiesta no alimenta en el hombre la necesidad de Dios, más bien la olvida, haciéndose cada vez más sinónimo de consumismo, de placer, de adquisición y disfrute de los bienes materiales.
Honrarás a tu padre y a tu madre. Los hijos nacen de un padre y de una madre, no de donantes de esperma o de úteros prestados en insignia de una nueva ética social. ¡Cuántos hijos huérfanos de paternidad negada o rechazada incluso por las mismas legislaciones humanas! ¿Cómo podrán los hijos honrar a sus padres y a sus madres si estos permanecen “anónimos”? Quien honra al padre y a la madre respeta su propia historia, las memorias familiares que dan identidad social.
No matarás. Se puede matar de muchas maneras, no sólo con las armas: matan también la lengua, la ignorancia, el silencio. No matar es también defender la vida. Siempre, no sólo cuando se puede o conviene. La vida: en su inicio, en su desarrollo, en su final. La vida no debe ser mortificada. En tiempos de crisis no se pueden favorecer nuevos asesinos: los suicidios son a menudo hijos de una pobreza provocada o de un bienestar desenfrenado que desaparece de repente.
No cometerás actos impuros. Se cometen actos impuros también únicamente por emulación, por una cultura obsesiva que hace de la liberación del sexo uno de los mayores negocios comerciales, precisamente a partir de la devaluación de la dignidad del hombre y de la mujer. Hacer la prostitución más “decente” no la hace menos “explotación del cuerpo”; de lo contrario, tarde o temprano incluso la pedofilia será socialmente compatible con las “necesidades de la modernidad”. Es impuro no conservar la unidad entre cuerpo y espíritu, violentar el espíritu en nombre del bienestar corporal.
No robarás. El hurto es una intención mala que está dentro de nosotros. No se trata sólo de “no robar al hombre”, sino también de “no robar el hombre”, es decir, privarlo de su tiempo, de su dignidad, de su futuro, de justicia y de paz. Hay que educar para ser generosos de corazón, experimentando la economía del don, de la gratuidad. La raíz del “no robar” es también el poseer: se roba porque nunca se está satisfecho con lo que se tiene, invadido por el deseo de tener y de acumular.
No dirás falso testimonio. También el falso testimonio está dentro de nosotros como mentira, como ablandamiento de la verdad. Una actitud que se hace cultura, que se estabiliza en el hombre como simulación, ficción, verosimilitud de la realidad sustituida por la ficción. Estar de parte de la verdad, defenderla, es un acto de justicia y de amor a uno mismo y a los demás.
No desearás la mujer de otro. “La mujer de otro”. Parece un mandamiento al varón. Pero es, hoy, también “el hombre de otro”. La mujer, el hombre, no son una cosa que se desea, que pertenece a alguien como una “cosa”. Cuántos delitos pasionales, cuánta violencia doméstica, cuánta discriminación del género femenino responde a esta lógica deshumanizada.
No codiciarás los bienes ajenos. La envidia se encuentra en la base de este y del anterior mandamiento. Es el más “sociable de los vicios”. La modernidad ha exaltado la cultura de la envidia. En las sociedades civiles avanzadas, en Occidente, el presupuesto de la democracia es la igualdad: “yo debo tener los mismos derechos que los demás”. Pero esto no significa sufrir “el complejo de ser idénticos”, es decir, de poseer las mismas cosas que los demás, haciéndose esclavo de las cosas, o empobreciéndose, endeudándose, enfermándose por aquello que se envida y no se puede poseer.
“¿Qué sentido tienen para nosotros estas diez palabras? ¿Qué dicen a nuestro tiempo inquieto y confundido que parece querer prescindir de Dios?”, preguntaba el Papa en su mensaje el pasado mes de junio.
“Los diez Mandamientos son un don de Dios”, respondió, vienen de un Dios que nos ha creado por amor”. Y destacó que esos preceptos “nos indican un camino a seguir, y constituyen también una especie de «código ético» para la construcción de sociedades justas, a medida del hombre”.
Y dijo que “no debemos ver los diez mandamientos como limitaciones a la libertad -no, no es esto-, sino que debemos verlos como indicaciones para la libertad. No son limitaciones, sino ¡indicaciones para la libertad!
“Ellos nos enseñan a abrirnos a una dimensión más amplia que la material, a vivir el respeto por las personas, venciendo la codicia de poder, de posesión, de dinero, a ser honestos y sinceros en nuestras relaciones, a custodiar toda la creación y nutrir nuestro planeta de ideales altos, nobles, espirituales”, añadió.
Para el Francisco, “seguir los diez mandamientos significa ser fieles a nosotros mismos, a nuestra naturaleza más auténtica y caminar hacia la libertad auténtica que Cristo enseñó en las Bienaventuranzas”.
Según el Papa, los diez mandamientos “no son un himno al «no», se refieren al «sí». Un «sí» a Dios, el «sí» al Amor”.// Aleteia (ORG)
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