La Organización Meteorológica Mundial (OMM) confirmó ayer que 2016 fue el año más caluroso desde que se tiene constancia, dado que la temperatura global se situó 1,1 grados centígrados por encima de la que había en la era preindustrial. Esto significa que por tercer año consecutivo el planeta batió el récord de temperaturas más altas, una situación sin precedentes en la historia.
Al mismo tiempo, especialistas argentinos asociaron ayer al cambio climático, a la deforestación y al mal uso del suelo algunos de los desastres naturales que afectaron a distintas zonas del país en los últimos días, tales como inundaciones, incendios y el alud de Jujuy.
Según la Organización Meteorológica Mundial, la temperatura el año pasado fue aproximadamente 0,83 grados centígrados por encima de la media de 14 grados registrados por la OMM en el periodo 1961-1990.
El 2016, además, fue 0,07 por ciento más caliente que 2015, cuyas temperaturas ya habían sido récord con relación a los años anteriores.
Para determinar estos registros, la OMM compila datos de la NASA, la Agencia Nacional de Océanos y Atmósfera (NOAA) de Estados Unidos, el instituto meteorológico de Gran Bretaña, el Centro Europeo sobre Predicciones Meteorológicas y el Servicio de Cambio Climático Copérnico.
El secretario general de la OMM, Petteri Taalas, señaló la trascendencia de este récord, pero advirtió que las temperaturas “sólo cuentan parte de la historia”.
“Los indicadores a largo plazo del cambio climático provocado por los humanos alcanzaron máximos en 2016. Las concentraciones de dióxido de carbono y de metano también lograron nuevos récords”, aseguró.
El dióxido de carbono se mantiene en la atmósfera durante siglos y también en el océano, donde se queda durante más tiempo y contribuye a la acidez del agua.
Actualmente, estos niveles están por encima de las 400 partes por millón en la atmósfera, una primicia y un límite “simbólico”, según la OMM.
“También hemos roto los récords mínimos de hielo en el Ártico y en la Antártida”, recordó Taalas, quien advirtió que el hielo en el Ártico se está calentado dos veces más rápido que la media mundial (ver aparte).
Los 16 años más calientes que se tienen registros han sido este siglo a excepción de 1998, cuando hubo un fuerte episodio del fenómeno meteorológico de El Niño. El año pasado también hubo un fenómeno de El Niño pero una vez que finalizó, las temperaturas siguieron siendo elevadas.
El cambio climático aumenta la temperatura y las precipitaciones en algunas zonas y provoca sequías en otras, pero también es consecuencia de acciones como la deforestación y el mal uso de suelos, según indicaron los expertos.
“El alud es una consecuencia del cambio climático que nos afecta a nivel mundial y que provoca un aumento de las precipitaciones. En ese caso no hay un efecto directo de la deforestación, como pudo suceder en Tartagal (Salta), pero en las inundaciones y los incendios hay una falta de política ambiental que se viene arrastrando en cuanto a la desprotección de los bosques”, afirmó Hernán Giardini, coordinador de la campaña de Bosques de Greenpeace. Giardini recordó que Argentina está “entre los 10 países que más ha deforestado en el mundo y esto tiene un doble impacto: por un lado contribuye al calentamiento global ya que la deforestación es, después de la quema de combustible fósil, el segundo causante del efecto invernadero, pero por el otro, nos vuelve más vulnerables ante los efectos del cambio climático porque perdemos esa esponja natural”.
Según un informe de septiembre de 2016 emitido por el Banco Mundial, “entre 2001 y 2014, la Argentina perdió más del 12% de sus zonas forestales, lo que equivale a perder un bosque del tamaño de un campo de fútbol cada minuto”, a lo que se suman “los efectos de la agricultura industrial”.
Al analizar las inundaciones del sur de Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos y nuestra región, Miguel Ángel Taboada, director de Suelos del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), explicó que el factor principal “es el clima, porque 250 milímetros de agua en dos días es mucho”.
Sin embargo, señaló que “el problema además es que gran parte de los suelos de la Argentina tienen una capacidad limitada para absorber el agua, fundamentalmente por la desaparición de los pastizales en la zona pampeana y el desmonte del Norte argentino, además del monocultivo de la soja”.
Al analizar la inundación en La Emilia, al norte de la provincia de Buenos Aires, el ingeniero agrónomo Nicolás Bertram (del INTA Marcos Juárez) explicó que “bajo nuestros pies corre un río subterráneo que llamamos napa freática que se vino acercando históricamente: en la década del 70 estaba a diez, catorce metros y hoy está en superficie, a los 50 centímetros o a un metro como mucho”.
“Este acercamiento de la napa freática aquí tiene dos explicaciones: o llueve más o estamos consumiendo menos agua. En promedio no está lloviendo más de lo que llovía en los 70, hay eventos con más milimetraje pero el promedio anual es casi el mismo. Lo que sí cambió significativamente es el consumo de agua porque en los 70 teníamos más superficies de pasturas y pastizales que consumían agua todo el año y mucha cantidad, y hoy tenemos soja que consume menos cantidad y 3 ó 4 meses en el año”, describió.// Diario Democracia
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