Un río con los colores del arcoíris, islas volcánicas que albergan la mayor diversidad del planeta, el salar más elevado, frío e inhóspito o el enigma eterno de las estatuas monolíticas moáis
Selvas infinitas de un verde intenso, glaciares de los que se despegan bloques de hielo del tamaño de edificios, templos de civilizaciones milenarias que se alzan hacia el cielo semiocultos entre la espesura de la jungla… en Sudamérica existen maravillas de belleza incuestionable que habría que ver al menos una vez en la vida.
1. El mayor espacio verde del planeta: la selva amazónica
Desplegada por nueve países y cubriendo aproximadamente el 40% del continente, la selva amazónica es el mayor espacio verde del mundo. Con más de 7 millones de kilómetros cuadrados, en la cuenca del Amazonas vive también la mayor colección de fauna y flora terrestres, una asombrosa biodiversidad que dificulta su conocimiento y exploración.
A pesar de que el turismo ha llegado hasta los lugares más recónditos del planeta, la Amazonia sigue siendo un lugar óptimo para vivir una gran aventura, aunque cada vez con más facilidades, lo que le resta algo de romanticismo. Se puede caminar por la espesura del bosque, visitar aldeas indígenas, sobrevolar enormes extensiones verdes y sinuosos cursos de agua, navegar lentamente entre pueblos ribereños o relajarse en un albergue en medio de la selva tras un día de observación de fauna. Los nueve países que comparten la Amazonia tienen diferentes puntos de acceso para explorar este gran pulmón verde: Leticia (Colombia), Iquitos y Puerto Maldonado (Perú), y Manaos (Brasil), son los principales, pero no hay que olvidar que también comparten este inmenso territorio con Venezuela, Bolivia, Ecuador, Guyana, Surinam y Guayana Francesa.
Se acceda por donde se acceda, hay algo en común en toda experiencia amazónica: al entrar se desconecta completamente del mundo moderno. Los ríos se convierten en carreteras; los monos, en compañeros de viaje; y la cacofonía del canto de las aves es el despertador por las mañanas. Los bichos forman parte del paisaje, el tiempo es errático y el aire se vuelve denso y envuelve al visitante por completo. Pero en esto consiste en buena parte la aventura de adentrarse en el Amazonas.
Tres parques nacionales del borde andino rivalizan por ser la zona protegida de mayor biodiversidad del mundo. Nadie sabe a ciencia cierta cuál de ellos ostenta ese título, pero la realidad es que aquí la naturaleza no tiene fronteras. Tanto si se llega desde el parque nacional de Madidi en Bolivia, como desde el parque amazónico de Guayana, en la Guayana Francesa, o desde alguna de las innumerables entradas intermedias, la experiencia en la mayor selva del mundo no deja a nadie indiferente. Es un viaje que marca de por vida.
2. Un inmenso vacío de sal: el Salar de Uyuni (Bolivia)
La salina más elevada del mundo (a 3.653 metros de altitud), y también la más grande (12.106 kilómetros cuadrados), está en el antiplano andino, en el extremo suroeste de Bolivia. A primera vista, el Salar de Uyuni es un lugar desolado, con un frío tan intenso que hiela los huesos, pero la experiencia es inolvidable. A este paisaje que parece de otro mundo, solo se puede ir en todoterreno. Una excursión de tres o cuatro días permite abordarlo en su totalidad y darse cuenta de su desnudez y su cristalina perfección, que dejan atónitos a quienes llegan hasta aquí, con una sensación de asombro permanente. Hay que comenzar el recorrido a primera hora de la mañana, entre los jardines de roca, los campos de géiseres y los manantiales termales. El cementerio de trenes, las salinas de Cochani y el hotel de sal, y la espectacular isla de Incahuasi (más conocida como isla del Pescado), en el corazón de este desierto blanco, son algunas de sus visitas imprescindibles. Caminar a esa altitud, con poco oxígeno, es una sensación extraña: la respiración se acelera y el corazón late con fuerza.
Uyuni ofrece una imagen inquietante y sugerente: cuando la superficie está seca, el salar es una extensión de un blanco puro, el vacío más grande imaginable: solo el cielo azul, el suelo blanco y el visitante. Cuando hay un poco de agua, la superficie refleja perfectamente las nubes y el cielo azul del altiplano, y el horizonte desaparece. Conducir por el salar en ese momento da la impresión de estar volando entre las nubes.
Existen pocos lugares en el mundo capaces de desorientar tanto como esta cegadora superficie blanca, donde se almacena el 70% de las reservas de litio del mundo. Cuando se apoya la cabeza para reposar en una cama hecha de sal, dentro un hotel construido totalmente con sal, no se puede evitar sentir una profunda conexión con la sedienta tierra.
3. Un río de cinco colores: Caño Cristales (Colombia)
Entre los Andes y el Amazonas se encuentran las llanuras tropicales del centro de Colombia, con sus millones de cabezas de ganado, sus praderas inundadas estacionalmente… y el río más llamativo del mundo: Caño Cristales. El llamado río de los cinco colores (por sus tonos amarillos, azules, verdes, rojos y negros) o arcoiris líquido, en el parque nacional natural Sierra de la Macarena, en Los Llanos, es una de las maravillas naturales más fascinantes de Colombia y de toda Sudamérica.
Caño Cristales no es realmente un cauce, sino un conjunto de ríos, arroyos y cascadas en el corazón de este parque, que debe su magia y su cromatismo a un singular fenómeno biológico que dura un par de meses (entre julio y noviembre): una erupción de algas endémicas produce un brillante manto subacuático rojo. Las aguas cristalinas del río se transforman en una corriente de color burdeos, que contrasta con el mágico paisaje lunar de las antiguas rocas erosionadas por el agua de su lecho fluvial y la sabana de los alrededores.
Para visitar Caño Cristales hay que sudar mucho caminando por cañones que se abren entre la roca, aunque con momentos placenteros inolvidables, como recibir un masaje en los hombros bajo una cascada. También se puede hacer un safari fotográfico en barco por el río Guayabero o respirar el aire de la sabana caminando hasta miradores en lo alto de las montañas
Esta parte de Colombia acaba de abrirse tras años bajo control de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), por lo que el turismo aún es un negocio comunitario a pequeña escala. Pero no es un destino secreto: los colombianos acuden durante los fines de semana y puentes y el cupo de visitantes diarios (180) no siempre se respeta. No se puede visitar de manera independiente, sino que es obligatorio entrar en el parque nacional con un guía local oficial. Si es posible, lo aconsejable es visitarlo entre semana.
4. El atronador vacío del Iguazú (Brasil y Argentina)
Iguazú no es una única catarata sino más de 275 cortinas de agua que se descuelgan en plena selva, en las fronteras sur de Brasil y norte de Argentina, formando el mayor sistema de cascadas del mundo. La impresión cuando se llega ante estas inmensas cataratas es espectacular: mirándolas desde la seguridad de una pasarela, nos vemos rodeados de enormes chorros de agua que se precipitan sobre verdes montañas, en un abismo del que solo surge vapor. Por el lado brasileño las cataratas son posiblemente más fotogénicas que por el argentino, donde hay que acercarse a la ensordecedora garganta del Diablo, seguramente el momento más alucinante de la visita. La impresión al mirar al vacío es increíble: las bandadas de vencejos entran y salen de las cascadas mientras los tucanes hacen alarde de sus enormes picos en las montañas adyacentes. Y una nube de niebla se alza sobre la pasarela por la que caminan los visitantes bajo el atronador sonido del agua cayendo.
Es un lugar muy especial: miles de años antes de que fueran descubiertas por los europeos, las cataratas fueron un lugar funerario sagrado para las comunidades tupí-guaraníes. El español Álvaro Núñez se topó con ellas en 1541, y las bautizó como saltos de Santa María, pero como el nombre no cuajó, permaneció su topónimo original: Iguazú (Grandes Aguas). En 1986 fueron declaradas patrimonio mundial por la Unesco, y en 2011 elegidas como una de las nuevas siete maravillas de la naturaleza.
Las cataratas del Iguazú, con 2,7 kilómetros de cortinas de agua, son tres veces más anchas que sus primas norteamericanas del Niágara, y cuentan con el exotismo añadido de estar rodeadas por una jungla llena de jaguares, monos y caimanes. Si intenta seguir un trocito de río a través de las cataratas, el visitante también se asombrará del poder que tiene el agua para dar forma al planeta Tierra.
5. Tras las huellas de Darwin en las islas Galápagos (Ecuador)
Viajar a Galápagos es como hacerlo a un mundo prehistórico poblado por una extraña fauna que no se asusta ante los humanos. Alejadas de todo, son las mismas islas que sirvieron a Charles Darwin (1809-1882) para inspirar sus teorías científicas cuando viajó por aquí en 1835 y todavía hoy cambian la visión del mundo de muchos viajeros. Seguir los pasos del naturalista inglés y a los extraños animales que inspiraron su teoría de la evolución es una de las aventuras imprescindibles para todo amante de la naturaleza.
Estas 21 islas volcánicas a ambos lados de la línea del Ecuador y a 1.000 kilómetros de la costa de América del sur, conservan uno de los mayores niveles de endemismo del planeta: cerca del 97% de sus reptiles y mamíferos terrestres no se pueden encontrar en ningún otro lugar del mundo. Son un lugar extraordinario, un universo alternativo con una extraña colonia utópica organizada por leones marinos y regida por los principios de cooperación mutua.
Las Galápagos están muy lejos de ser las típicas islas paradisiacas. No tienen paisajes tropicales y exuberantes, no está lleno de playas idílicas. Son islas de origen volcánico (es el segundo archipiélago con mayor actividad volcánica después de Hawái) en las que en muchas zonas no hay ni siquiera vegetación. Los paisajes son inhóspitos, cubiertos de lava y con extrañas playas de arena roja o yermos cráteres volcánicos. Su originalidad y su valor están en la posibilidad de observar una fauna extraña: letárgicas iguanas marinas, viejas tortugas gigantes y piqueros patiazules. Para los pocos y privilegiados visitantes (hay un cupo tasado de turistas al año), lo que resulta más llamativo y extraordinario es que los animales en vez de huir despavoridos, permanecen tranquilos y no parecen molestarse por las cámaras ni por sus dueños.
La isla más importante del archipiélago es Santa Cruz, con la población más grande de la isla, Puerto Ayora, donde está gran parte de la infraestructura turística. Las islas son parque nacional desde 1959 y el turismo organizado está muy regulado, con un número limitado de visitantes al año para preservar su delicado equilibrio biológico.
6. Los vigilantes del Pacífico: Moáis de la isla de Pascua (Chile)
Como náufragos vigilando el horizonte en mitad del océano Pacífico, los moáis de la isla de Pascua siguen siendo un enigma. Llamativos y sorprendentes, estas inmensas estatuas de piedra son la imagen más conocida de esta isla chilena, casi perdida, a unos 4.000 kilómetros del continente americano y otros 4.000 de Tahití, hacia el interior del Pacífico sur. Hay 288 estatuas y están esparcidas por toda la isla, colocadas sobre plataformas de piedra, como títeres colosales en un escenario sobrenatural.
La pregunta de cómo se trasladaron estos gigantes desde el lugar donde fueron tallados hasta el lugar que ocupan ahora sigue sin respuesta tras muchos estudios y análisis. Se cree, eso sí, que representan a los antepasados de los clanes. Pero ¿qué llevó a una civilización aislada a tallar semejantes imágenes y cómo las llevaron desde las canteras del interior hasta las plataformas ceremoniales (ahu) en la costa? Y todavía hay más: ¿por qué las derribaron todas a principios del siglo XIX? Todos estos misterios y la lejanía y aislamiento del territorio de la isla de Pascua (Rapa Nui, para sus habitantes), atraen cada año a miles de viajeros curiosos, que vuelven a casa con más preguntas que respuestas.
Y es que, a 3.700 kilómetros de tierra firme, la isla de Pascua es uno de los lugares más aislados de la Tierra, tanto que mirando el horizonte se llega a ver cómo se curva la tierra. A pesar de que probablemente comparte un pasado polinesio con Tahití y Hawái, poco tiene que ver con un paraíso tropical: es una tierra yerma, volcánica, con un poco de arena, mucho sol y olas, pero sobre todo, es un museo arqueológico al aire libre y sus visitantes acuden a mirar a los ojos de los moáis de 10 metros de altura y a imaginar las historias que podrían contar.
Ahora, la isla también es un destino de ecoturismo, que ofrece la posibilidad de practicar el buceo con tubo y un submarinismo fabulosos, y con otras opciones para disfrutar de la isla, como hacer caminatas por la agreste y hermosa costa norte, dar paseos a caballo por las laderas del extinto volcán Maunga o simplemente echarse una siesta bajo las palmeras en la playa de Anakena. Y por supuesto, ver salir el sol tras la hilera de misteriosas estatuas de Ahu Tongariki.
La isla es territorio chileno desde 1888 y todos sus habitantes hablan español, un gran aliciente para el viajero castellanohablante.
7. La misteriosa ciudad perdida de Machu Picchu (Perú)
La fantástica ciudadela inca de Machu Picchu, perdida del mundo hasta su redescubrimiento a principios del siglo XX, es una ruina sobre ruinas. El conjunto resulta asombroso por su aspecto y, sobre todo, por su situación, sobre terrazas de color esmeralda rodeadas por picos y crestas andinas, formando un espectáculo increíble. La ciudadela en sí, resulta una maravilla de la ingeniería que ha soportado seis siglos de terremotos, invasiones e inclemencias del tiempo.
La extensa ciudadela de piedra suele aparecerse a los visitantes envuelta en la bruma y rodeada de vegetación y empinadas escarpaduras. Su imagen forma parte del imaginario universal, como las pirámides de Egipto o la Mona Lisa, pero es imposible describir la emoción que se tiene al llegar hasta el lugar. Es fácil comprender por qué los conquistadores españoles jamás supieron de su existencia, que permaneció casi en el olvido hasta 1911, cuando el estadounidense Hiram Bingham la descubrió. Parte del encanto de esta ciudadela en lo alto de la montaña reside en llegar a través de la ruta que usaban sus antiguos habitantes. El Camino del Inca atraviesa bosques entre nubes, cruza tres pasos andinos elevados y pasa por varias ruinas incas y por comunidades quechuas de cultivadores de patatas y pastores de llamas.
Machu Picchu es un complejo de plazas ceremoniales y templos rodeados de neblina y cubiertos de vegetación. Hay terrazas (algunas de ellas vuelven a usarse para cultivos) que bajan por empinados riscos con vistas a una curva del río Urubamba en forma de U. Y los turistas se pelean por tener la oportunidad de subir al Wayna Picchu, la alta montaña que se eleva tras las ruinas, para contemplar la asombrosa ciudad a vista de cóndor.
A pesar de los muchos turistas que acceden hasta el lugar, Machu Picchu guarda intacto todo su misterio. Tal vez nunca sepamos lo que hicieron los incas aquí, pero siempre será posible dejarse llevar por la imaginación mientras se contempla esta obra magistral de una civilización antigua.
8. Cavernas esculpidas de las Capillas de Mármol (Chile)
En el norte de la Patagonia se encuentran algunas de las maravillas naturales chilenas, como el glaciar San Rafael, situado en los llamados Campos de Hielo Norte, y también una de las formaciones geológicas más insólitas del país: las Capillas de Mármol, monumento nacional chileno. Se trata de una serie de sorprendentes formaciones minerales situadas en las orillas del lago General Carrera, en la región de Aysén, el segundo lago más grande de América del Sur. La capilla es realmente una cueva junto a un lago turquesa, formada por la acción de las olas sobre el carbonato cálcico durante miles de años. Está en un lugar privilegiado, en la escarpada orilla del lago, donde las gélidas aguas procedentes de los glaciares se tiñen de un engañoso tono caribeño. Las formaciones son conocidas como Catedral de Mármol, Capilla de Mármol y Cavernas de Mármol.
Menos conocida que otras muchas maravillas del continente, la capilla resulta un lugar espectacular, de increíble belleza, que se aprecia aún más si uno se aproxima en una ruta en kayak a primera hora de la mañana, navegando entre las columnas que forman arcos que parecen darnos la bienvenida. Al ir entrando el sol en las cuevas, el agua forma un espejo en el que se reflejan las estrías de la piedra que suben hasta el techo. Un lugar difícil de imaginar si no se experimenta.
Para llegar a la cuenca lacustre hay que viajar durante horas por la accidentada carretera Austral, la única vía de conexión de las aisladas comunidades del norte de Patagonia con el resto del país. Es un viaje increíble que llega hasta Puerto Río Tranquilo, un pueblo de casas de madera en las orillas del lago, el punto de partida más cercano para ir a las cuevas, pero también para ir a otros lugares como el impresionante glaciar San Rafael, al que se llega por el Valle Exploradores, una carretera bellísima pero accidentada, llena de glaciares. No hay que perderse el mirador Glaciar Exploradores.
9. Una caída casi celestial: el Salto Ángel (Venezuela)
Es la cascada más alta del mundo y también el principal atractivo turístico de Venezuela. El chorro se precipita desde lo alto del Auyante pui, uno de los tepuyes (mesetas elevadas y planas) más grandes del país, desde 979 metros. El salto es 16 veces mayor que las cataratas del Niágara, con una caída ininterrumpida de 807 metros.
Para llegar hasta aquí se puede sobrevolar el surrealista paisaje de tepuyes hasta el parque nacional Canaima, en Venezuela, y aterrizar junto a las rosadas cascadas de la laguna de Canaima, y continuar en una travesía fluvial en canoa de cinco horas por la densa jungla hasta el mirador Laime, con vistas al Salto Ángel. Es posible nadar mientas se contempla su caída y luego pernoctar en un campin de hamacas al arrullo de la selva.
No hay carretera que conecte con el resto del mundo. Cuando finalmente se posan los ojos sobre las cascadas, lo que se ve es un río cuyas aguas tocan el cielo y que han tallado un finísimo camino a través de la naturaleza jurásica. Con el doble de altura que el Empire State neoyorquino, domina el paisaje y es tan espectacular que es imposible dejar de contemplarla. El hecho de que el Salto Ángel caiga desde un tepuy en forma de corazón sobre un lugar conocido como cañón del Diablo tan solo aumenta la intriga.
Su nombre no hace referencia, como podría esperarse, a ninguna criatura celestial, sino al piloto norteamericano Jimmie Angel, que aterrizó con su aeroplano de cuatro plazas en lo alto del Auyantepui en 1937, mientras se dedicaba a buscar oro. Los pemones de la zona lo llamaban Parakupá Vené, es decir, “salto de agua desde el lugar más alto”.
En torno al Salto Ángel, los valles y las selvas vírgenes del parque nacional de Canaima invitan a seguir la aventura. La cascada se encuentra en mitad de la naturaleza virgen. El pueblo de Canaima, unos 50 kilómetros al noroeste, es su principal punto de acceso.
La cantidad de agua que cae por el salto depende de la época. En los meses secos –de enero a mayo– puede ser bastante escasa, con tan solo un fino hilo que se convierte en bruma antes de llegar al fondo. En los meses secos no se puede acceder en barco. En cambio, durante la época de lluvias, especialmente en los meses húmedos de agosto y septiembre, el salto es una espectacular cascada de agua que cae en picado, aunque la lluvia y las nubes pueden ocultar las vistas.
10. Templos mayas en mitad de la jungla: Tikal (Guatemala)
Los templos mayas de Tikal se alzan, extraordinariamente restaurados, en un rincón de la selva del Petén, al norte de Guatemala. Asombran tanto por su tamaño como por su destreza arquitectónica. Con sus altísimos templos en ángulos casi imposibles, y sus imponentes plazas, el conjunto representa la pujanza cultural y artística alcanzada por la civilización maya, que ocupó la ciudad durante 1.600 años.
De las muchas plazas que forman el complejo arqueológico, se han retirado árboles y lianas, y los templos han sido descubiertos y parcialmente restaurados, pero al recorrer estos edificios bajo un techo selvático, se tiene el placer de descubrir las anchas calzadas originales que unían los diferentes templos, como si fuésemos los primeros exploradores en hacerlo.
Tikal fue uno de los reinos más poderosos de la civilización maya, que alcanzó su apogeo entre los años 200 y 900. Construida a lo largo de casi ocho siglos, Tikal es una sucesión de cientos de templos, pirámides y estelas. No hay forma de verlo todo en un día, pero sí lo más destacado: la Pirámide del Mundo Perdido, la Plaza de los Siete Templos, el Templo IV, el más alto, el templo VI y el VI, la Gran Plaza o la llamada Acrópolis del Norte. Pasear entre estas reliquias del pasado, algunas de las cuales se alzan más de 40 metros por encima de la selva de Guatemala, nos permite imaginar cómo podía ser la ciudad cuando en ella vivían reyes y nobles. Si se camina en silencio, solo escucharemos a sus actuales residentes (agutíes, coatíes y monos araña) bajo los árboles.
Tras subir una empinada escalera de madera, desde el elevado Templo IV, en el límite occidental del recinto, se contempla una vista fabulosa. Este templo es el segundo edificio precolombino más alto del hemisferio occidental (44 metros).
11. La verticalidad de las Torres del Paine (Chile)
Los pilares graníticos que forman Torres del Paine se elevan casi verticales a más de 2.000 metros sobre la estepa patagónica del sur de Chile. Este paisaje es considerado el mejor parque nacional de América del Sur. Los visitantes acuden sobre todo atraídos por la imagen irresistible de sus formaciones graníticas, pero una vez allí, descubren que hay otros muchos puntos interesantes y menos frecuentados: lagos color turquesa, senderos entre bosques esmeraldas, ríos que se cruzan por puentes desvencijados y un enorme glaciar de intenso color azul. En 1978 fue declarado Reserva Natural de la Biosfera por la Unesco. Alberga bandadas de ñandús, cóndores de los Andes, flamencos y muchas otras especies de aves.
No es fácil caminar por esta reserva, en la que dicen que pueden sucederse las cuatro estaciones en un mismo día. No obstante, recorrer el mítico circuito W (entre cuatro o cinco días de marcha) es un rito iniciático para aventureros. Otros prefieren el llamado Circuito del Paine (de siete a nueve días), más solitario, pero con vistas incomparables y un desafío mayor.
12. El glaciar que se derrumba: Perito Moreno (Argentina)
El Perito Moreno, con sus 30 kilómetros de largo, cinco de ancho y 60 de alto, es el glaciar más espectacular de los campos de hielo que integran el parque nacional Los Glaciares, en la Patagonia argentina, al sudoeste de la provincia de Santa Cruz, en el límite con Chile. Además, al tener un acceso relativamente fácil, es una parada imprescindible en cualquier viaje por el sur de Argentina. Resulta excepcional por su ritmo de movimiento de hasta dos metros diarios, un avance, lento pero inmutable, que sobrecoge a los que se acercan hasta este muro de hielo para ver cómo se desprenden icebergs, a veces del tamaño de edificios enteros, que caen de forma estruendosa sobre el Lago Argentino, el más austral del territorio continental. Una red de pasarelas y plataformas de acero permite acercarse mucho hasta este insólito espectáculo y esperar a que se desprenda la siguiente mole de hielo y se sumerja lentamente en el agua, provocando un oleaje inolvidable.
13. Un paraíso isleño casi virgen: Los Roques (Venezuela)
En Los Roques, en el mar Caribe, la principal actividad es ir de isla en isla: son más de 300 islotes arenosos los que forman este archipiélago venezolano, rodeado de aguas color aguamarina, unos 160 kilómetros al norte de Caracas. Es el tercer arrecife más largo del mundo, con puntos de inmersión míticos para los submarinistas, como Boca de Cote, Crasqui y Noronquises, donde muchos van a nadar entre tortugas marinas.
Los Roques son islas para amantes de las playas desiertas, el snórkel y el submarinismo, casi todas deshabitadas y solo accesibles en excursiones de un día desde Gran Roque, la isla principal y donde está el único núcleo de población. Todo el archipiélago, y las aguas que lo rodean (un total de 2.211 kilómetros cuadrados), fue declarado parque nacional en 1972 y posee el arrecife coralino más grande del Caribe.
Y aunque merodear por las islas sea el principal atractivo, Gran Roque cuenta también con una playa maravillosa, ocupada por barcos de pesca y otras embarcaciones de recreo. Desde allí, los buceadores de profundidad salen para sumergirse en busca de su fauna marina, y los pescadores surten de pescado y marisco frescos a casi todos los restaurantes. Para contemplar puestas de sol hay que subir hasta el faro holandés que culmina el cerro en Gran Roque.
14. El mágico paisaje dunar de los Lençois Maranhenses (Brasil)
Como un espejismo de sábanas desplegadas: así es la imagen de las inmensas dunas de arena del parque nacional de Lençois Maranhenses, en Maranhao, un área de 70 kilómetros de largo por 25 de ancho (unos 1.500 kilómetros cuadrados, tres veces el tamaño de la ciudad de Madrid) que desde el aire puede parecer una superficie de lençois (sábanas) extendidas al sol hasta perderse en el horizonte.
A mitad de camino entre Sao Luis y la frontera con Piauí, los Lençois es un lugar espectacular y único, sobre todo de mayo a septiembre, cuando la lluvia que se ha filtrado por la arena forma miles de charcas y lagos cristalinos entre las dunas. El parque alberga playas, manglares, lagunas y algunos animales interesantes, especialmente tortugas y aves migratorias.
Se recomienda visitarlo en todoterreno, en barco (descendiendo por el río Preguiças, en la jungla) o en una excursión senderista de tres o cuatro días atravesando los Lençois, durmiendo en hamacas o chozas de pescadores en las contadas, minúsculas y pobres aldeas que hay por el camino. Los remotos pueblos más reconocibles son Atins, donde el Preguiças desagua en el océano, y Santo Amaro, en el extremo occidental del parque, con dunas que llegan hasta sus límites y arenosas playas fluviales donde podremos bañarnos.
15. El ojo que vigila el Caribe: el Gran Agujero Azul (Belice)
La imagen de este círculo perfecto de color azul, que puede verse desde el cielo, es una de esas fotografías mil veces vistas en Internet. Con sus distintas tonalidades azuladas, parece un ojo vigilante en medio del mar. Las paredes del Gran Agujero Azul se adentran más de 120 metros en las profundidades del océano y, aunque está lleno hasta la mitad de sedimentos y desechos naturales, su profundidad sigue manteniendo esa forma perfecta y circular.
En su interior, los buzos se animan a descender a las misteriosas profundidades de este sumidero para contemplar las estalactitas y estalagmitas que cuelgan de las paredes, acompañados por un banco de tiburones de arrecife, peces martillo y otros muchos invertebrados y esponjas. La primera inmersión la realizó en la década de 1970 el explorador francés Jacques Cousteau, que lo encumbró como uno de los mejores lugares del mundo para hacer submarinismo. Desde entonces, la imagen del Gran Agujero Azul, una pupila de un intenso azul oscuro que contrasta con los distintos tonos de las aguas turquesa y las sombras del arrecife que lo rodea, se ha hecho muy popular, aunque no son muchos los que sabrían localizarlo en un mapa.
La única forma de llegar a este inesperado prodigio de la naturaleza es en barco privado o bote de buceo desde el cayo Caulker o el cayo Ambergris. La inmersión en el Gran Agujero Azul suele combinarse con otras en el arrecife Lighthouse, que para los submarinistas experimentados son mucho mejores.// El Viajero
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