Los osage fueron desplazados de sus tierras en Kansas a las de Oklahoma, donde les deparaba una gran sorpresa que costó la vida a centenares de ellos
En el año 1870 los osage, una comunidad de indios americanos, fueron expulsados de sus tierras en Kansas y trasladados forzosamente a una “pedregosa reserva, aparentemente sin valor alguno en la región nororiental de Oklahoma”. A nadie le importaba aquella comunidad y los indios eran vistos por la mayoría de estadounidenses blancos como ciudadanos de segunda. Sin embargo, aquel nuevo destino les iba a deparar una buena sorpresa. Su nueva tierra se asentaba sobre uno de los mayores yacimientos petrolíferos de Estados Unidos. Y para pagar el petróleo los prospectores tuvieron que abonar arriendo y derechos a los osage. A medida que extraía el petróleo, los indios eran cada vez más ricos hasta el punto de que la tribu nadaba en la abundancia y se convirtió en el pueblo más rico per cápita del mundo”.
En 1921, la comunidad ingresó lo que ahora equivaldría a 400 millones de dólares, la zona se convirtió en el objeto de deseo de muchos conseguidores y en el poblado de Gray Horse empezó a ser frecuentado por “vaqueros, cazafortunas, contrabandistas, adivinos, curanderos, forajidos, alguaciles, financieros de Nueva York y magnates del petróleo”. Así, los blancos estadounidenses desembarcaron en Oklahoma y se casaron con las mujeres de los osage, pero en 1921 varios indios de la tribu empezaron a morir de forma sospechosa.
Entre 300 y 600 osages fueron asesinados para quedarse con sus derechos petrolíferos
Esta trama la destapó el periodista David Grann en Los Asesinos de la Luna (Literatura Random House), una magnífica investigación periodística que pone luz al asesinato de los indios que murieron a manos de los blancos americanos con el objetivo de asegurarse el control de la reserva petrolífera. El relato gira en torno a la familia de Mollie Burkhart, una india osage cuyas tres hermanas fueron asesinadas. Una fue envenenada, otra murió a tiros y la tercera falleció tras la explosión de una bomba que fue colocada en los bajos de su casa. Por culpa de la deflagración también falleció el cuñado de Mollie y un sirviente blanco que vivía con ellos. Lo que ocurrió es que centenares de indios murieron víctimas de una conspiración de hombres blancos que querían quedarse con sus tierras. En el entramado estaban involucrados médicos, empleados de las funerarias, agentes de policía pero por encima de todos estaba William Hale, el hombre que llegó de la nada, con un pasado desconocido, pero que acumuló tantas tierras y propiedades que pronto se convirtió en el Rey de las Colinas Osage.
El Estado había permitido que los indios ostentasen los derechos de explotación de sus tierras de por vida, los conocidos como headrights, pero les impusieron una condición: tratando a los osage como ciudadanos de segunda, el Gobierno les obligaba a tener un tutor para que les administrara su fortuna. Y para evitar esta norma absurda y racista, muchos indios se casaban con hombres y mujeres blancas para así poder gestionar en pareja los beneficios que reportaba el petróleo.
Así, que al cabecilla Hale cuyo único propósito era enriquecerse a costa de los osage urdió un plan que consistió en casar a todos sus parientes con las mujeres indias, para luego asesinarlas y quedarse con sus tierras por la vía de la herencia. Hale convenció a su sobrino Ernest Burkhart que se casó con Mollie y siguiendo con su macabro plan, mataron a todas sus hermanas utilizando esbirros y cómplices para ir acaparando su fortuna. “El plan era tan siniestro que costaba imaginar siquiera”, escribe el autor.
A pesar de todo, los planes de Hale y su sobrino fueron destapados gracias a una minuciosa investigación del FBI que daba sus primeros pasos como gran agencia federal con la entrada de su director J. Edgar Hoover que cambió los métodos de trabajo, adoptó una nueva mirada mucho más moderna de la tarea policial y que convirtió los asesinatos de los osage en su primera gran investigación criminal. Hale y su sobrino Ernest, el marido de Molly fueron detenidos y condenados a altas penas de prisión pero la justicia nunca fue del todo implacable con los cerebros de aquel exterminio. El número de asesinatos de indios osage nunca pudo ser concretado pero se habla de entre 300 y 600 víctimas. En 1924, Estados Unidos concedió a los osages la plena ciudadanía y anuló el sistema de tutelajes permitiendo además que un ciudadano no osage también pudiera heredar los derechos de explotación. La fortuna de los indios, aun así, duró poco. El crac del 29 arrasó con toda su fortuna.// La Vanguardia
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