Durante el Antiguo Egipto (2.500 años antes de Cristo), llenarle de insultos a la esposa estaba fuertemente penado: bastaba una denuncia y el infractor debía comprometerse ante las autoridades a no volver a vilipendiar a su mujer, bajo pena de recibir cien azotes en público, además, el iracundo marido se vería privado de compartir los bienes gananciales con su esposa. En cambio, estaba permitido pegar a la mujer, pero sin propasarse, como un recurso correctivo.
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