Imagina que eres Steve Jobs y te invitan a una cena de cumpleaños. Acudes de mala gana. El anfitrión es un amigo ingeniero que trabaja para Bill Gates. Pero vas; y descubres los planes de tu competencia. Y es así como creas el iPhone.
Sí, a regañadientes, como eres Steve Jobs, vas -como digo- a esa cena, y te enteras de que el cumpleañero, ese ingeniero bocazas, pregona entre los invitados que está desarrollando una tableta para Microsoft. Entonces, como eres Steve Jobs, dices: “Ese tío no para de darme la lata con que Microsoft cambiará el software para tabletas y eliminará los ordenadores portátiles”.
Y, al día siguiente, regresas a Apple, reúnes a tu equipo y les pides que fabriquen una tableta, pero sin ese horroroso diseño y sin puntero. Como eres un genio -es decir, Steve Jobs-, le das una orden tajante. Quiero una tablet de pantalla multitáctil con la que se pueda navegar con un dedo.
Así, la gente de Apple se puso a trabajar en lo que hoy es el iPad. El equipo diseñó aquella pantalla multitáctil para adelantarse a los planes de Bill Gates. Seis meses después de aquella cena de cumpleaños y de aquella orden, Jony Ive le presentó el boceto a Jobs.
“Esto es el futuro”, dijo Jobs cuando vio que el proyecto permitía a un usuario deslizar el dedo y manejar todo desde una pantalla. Sin embargo, detuvo el desarrollo de lo que luego sería el iPad y dio una contraorden.
En 2005, Jobs había vendido más de 20 millones de iPods, pero era consciente de que el futuro eran los móviles. Presuponía que si alguien inventaba un teléfono con cámara de fotos y música, su imperio de la manzana se pudriría. Quiso entonces que esa pantalla táctil fuera para un teléfono.
En una reunión secreta, dieron dos nombres en clave para dos proyectos. Uno se llamó P1 o cómo tunear un iPod para convertirlo en un móvil con ruedita de menús. Y, el otro, P2, lo que luego sería un teléfono inteligente de pantalla multitácil.
Unos meses después, muchos de los empleados de Apple defendían que el futuro teléfono móvil debería tener teclado y no pantalla táctil. Si a Blackberry le funciona, por qué no a nosotros. Jobs dijo que no. El teclado sería un software incorporado en la pantalla: ni teclas ni interruptores.
Durante los seis meses posteriores, las tormentas de ideas se prodigaban. ¿Cómo lograr que aquel teléfono no realizará llamadas por accidente o reprodujera música cuando lo tenías en tu bolsillo?
Entonces, surgió el concepto de “deslizar para desbloquear”. Una cosa menos. Solo quedaba una segunda cuestión. ¿Quién fabricaría la pantalla multitáctil a gran escala? Apareció entonces otra idea.
El fundador de Apple siempre quiso experimentar con el cristal para desterrar el plástico. Ese material era más elegante y sólido, como todo lo que diseñaba su empresa. Así que llamó a la centralita de una compañía de Nueva York para que le pasaran con Wendell Weeks, el consejero delegado de una compañía especializada en el cristal gorila, una tecnología para pantallas táctiles.
-Soy su ayudante, le daré el mensaje.
-No, soy Steve Jobs. Pásame con él –, le gritó el fundador de Apple.
Aquel ayudante se negó y cuando Weeks le devolvió la llamada a Jobs, en Apple le dijeron que enviara su petición por fax.
La conversación posterior es de manual. Weeks se reunió con Jobs para explicarle qué era y cómo funcionaba el cristal gorila gracias al intercambio de iones. Jobs lo interrumpía hasta que su interlocutor le espetó
-¿Quieres callarte y dejarme que te enseñe algo de ciencia, Steve.
Luego, Jobs le pidió a Weeks que fabricara todo el cristal gorila del mundo para lanzar un producto de Apple a gran escala. El joven le dijo que no tenían capacidad para acometer aquella tarea.
“Sí, puedes hacerlo. Hazte a la idea. Puedes hacerlo”, le replicó Jobs.
Toda esta secuencia de acontecimientos la recoge Walter Isaacson en Steve Jobs. La biografía. Lo demás es historia.
Apple presentó en 2007 “un producto revolucionario que lo cambiaría todo”. Si el iPod había puesto patas arriba el mundo de la música, ahora Jobs se adentraba en el de las telecomunicaciones.
“No son tres aparatos –música, teléfono e internet-, sino uno. ¿Lo entendéis?”, le inquiría a su audiencia en aquella presentación.
“Lo vamos a llamar iPhone”, apostilló Jobs.
Costaría 500 dólares. Y muchos lo bautizaron como el teléfono de Jesucristo. Sin embargo, los rivales de Apple (muchos de ellos estaban en aquella cena cuyo anfitrión era un bocazas) despreciaron aquel invento.
“Es el teléfono más caro del mundo. Resulta demasiado caro como para tener éxito. Para los directivos carece de atractivo, porque no tiene teclado”, incluso llego a afirmar Steve Ballmer, de Microsoft en una entrevista posterior al lanzamiento.// El Día (BO)
Publicar un comentario
Todo comentario se agradece, además es no permite seguir trabajando.