La luz de Lisboa mezcla el olor a pescado asado con los lamentos del fado, en una instantánea incompleta sin las docenas de edificios abandonados que brotan por doquier. Las calles lisboetas son un encanto para los (sin)sentidos. La decadente coquetería de la capital de Portugal es la seña de identidad que la diferencia del resto de metrópolis europeas: infinitos adoquines crudos en rúas que suben y bajan y que vuelven a subir (y a bajar), azulejos en incólumes fachadas rotas, junto a puertas y ventanas tapiadas en casas art decó o modernistas, grafitis para disimular el desamparo de las viviendas apuntaladas. Los carteles anuncian obras de rehabilitación que nunca terminan porque no empiezan. Una metáfora de lo hecho y lo que queda por hacer. De lo que fue y de lo que es. Lisboa. Ciudad resquebrajada.
La capital más occidental de Europa, la misma que observa la desembocadura del río Tajo, suma casi 5.000 edificios vacíos, mientras que los predios en mal estado de conservación son más de 8.000, de 57.000 que se levantan en la ciudad. Estas cifras no pasan desapercibidas para una población autóctona de apenas medio millón, sazonada y rejuvenecida, tanto por turistas como por los miles de estudiantes llegados de todos puntos del viejo continente, gracias principalmente a las becas Erasmus.
“Existen varias razones para la profusión de edificios abandonados en la capital, como por ejemplo el envejecimiento de la población que habitaba tradicionalmente en la zona centro”, explica la arquitecta lisboeta Ana Barros. El 24 por ciento tiene más de 65 años, mientras que alrededor del 20 por ciento de los edificios capitalinos fueron construidos antes de 1919, uno de los porcentajes más altos del país, según el censo de 2011, elaborado por el Instituto Nacional de Estadística. La ecuación es muy simple de aterrizar con un pequeño paseo. Cualquier punto del centro de la ciudad sirve para el experimento: sea donde sea que comience la caminata, no escasean los edificios completamente abandonados o en estado deplorable. Uno de cada diez, cosa de números.
Sucede, por ejemplo, en Marqués de Pombal, la enorme rotonda que distribuye el tráfico de toda la urbe y que conecta directamente con poblaciones vecinas, en las que viven un millón y medio de personas, muchas de las cuales acuden a diario a trabajar a la capital. Las paradas para fotografiar fantasmas urbanos, esqueletos de hormigón y ladrillo, son constantes. Los datos de la Cámara Municipal de Lisboa de 2009, los últimos publicados al respecto, indican que existen 2.812 inmuebles parcialmente vacíos y 1.877 totalmente vacíos. De ellos, más de 3.000 son de particulares o de empresas privadas, mientras que por encima de 300 tienen carácter municipal. “Los edificios abandonados cambian la imagen de la ciudad a peor”, apunta Paulo Ferrero, fundador del Fórum Ciudadanía Lx, un blog que tiene como objetivo aplaudir y chillar, acusar y proponer todo lo que pase, bueno o malo, en la capital lusa. “Son un constante dolor de estómago”, enfatiza. Una apelación a los sentidos.
Un escenario posbélico
La guerra no pisa Portugal desde hace décadas. Neutral durante la Segunda Guerra Mundial, la pacífica Revolución de los Claveles cerró en 1974 una de las dictaduras más largas (48 años) de Europa occidental. Pero el aspecto de su capital bien parece de posconflicto. El paso del tiempo y la inacción han causado casi tanto deterioro como una contienda bélica. El señorío de la que otrora fue la capital de un gran imperio ultramar (además de Brasil, Portugal tuvo colonias africanas, en el Golfo Pérsico y en el sudeste asiático) y ciudad de la que partían aventurados navegantes que, entre otras cosas, rodearon por primera vez África, comparte hoy espacio con el óxido, el desaliño y las dentelladas del descuido que padecen en sus azulejos característicos. “Lisboa es hoy una ciudad sucia. No sólo porque haya basura, sino también por el abandono de varios edificios. Esta situación está dando lugar a la aparición de ambientes degradados”, afirman los miembros de la bitácora Pensar Lisboa.
El abandono se sustenta en razones muy diversas. “El problema de las particiones entre herederos, los complejos requisitos y la burocracia de la Cámara Municipal respecto a los proyectos de construcción y reconstrucción, los inquilinos de escasos recursos que pagan rentas bajas a dueños que no tienen capacidad económica para recuperar el patrimonio, la gran especulación inmobiliaria, ya que el precio del metro cuadrado en Lisboa es dos o tres veces más caro que en los municipios contiguos”, enumera Barros.
Los propietarios también han cambiado respecto a los de hace tres o cuatro décadas. Hoy mandan las grandes inmobiliarias, que potencian la especulación o el abandono frente a la rehabilitación. Recuerda Ferrero que el problema no es nuevo y que fue a partir de la década de los 80 cuando comenzaron los desalojos masivos y la demolición de muchos edificios de la belle époque y de art nouveau. “Son edificios interesantísimos, los menos protegidos y cada vez más raros”. Un patrimonio construido a finales del siglo XIX y principios del XX, de poca altura y con elementos decorativos muy característicos, pero caros de mantener. “Son apetitosos”, sostiene el fundador del Fórum Ciudadanía Lx.
El estado de abandono y apuntalamiento de la ciudad genera controversias y debates constantes. En las recientes elecciones autonómicas, en las que el socialista Antonio Costa volvió a conquistar al electorado, el Bloque de Izquierdas propuso la creación de un impuesto que penalizara a los propietarios que mantienen edificios vacíos fuera del mercado, lo que supondría la recaudación de más de 1.000 millones de euros (algo más de 10.000 millones de bolivianos) en todo el país. “Los principales propietarios de Lisboa ya no son los tradicionales, son la banca, los seguros y los fondos inmobiliarios que poseen un gran número de edificios y viviendas y, por tanto, controlan el precio de mercado”, aseveró el candidato a la cámara lisboeta por esta plataforma, João Semedo.
Siete colinas juegan con la orografía lisboeta. Y otros tantos conceptos pueden servir para definir desde el punto de vista arquitectónico y urbanístico la ciudad. Callejuelas retorcidas con principio, pero sin fin en Mouraria y Alfama, los barrios árabes y medievales; calles rectilíneas y plazas cuadradas dibujadas milimétricamente con escuadra y cartabón en Baixa, construida tras el devastador terremoto de 1755 y el posterior tsunami; comercios y locales de ocio, bares y restaurantes entrelazados por igual en el Barrio Alto y Chiado, con rincones emblemáticos de paseos imprescindibles; los edificios manuelinos de Belem y su abertura al Tajo como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco; los puentes, la estatua de Cristo Rey (la imitación del Cristo del Corcovado de Río de Janeiro), Monsanto cual pulmón verde; la Lisboa del siglo XX con su Ciudad Universitaria, su aeropuerto y sus largas avenidas; y la Lisboa del siglo XXI con toques del arquitecto Santiago Calatrava en el Parque de las Naciones, que acogió a la Expo’98. Y en todas las esquinas, prácticamente sin excepción, la incorregible huella del tiempo. Tan palpable. Tan visible.
Inversión y desprendimiento
Sólo en la Avenida da Liberdade, unade las arterias principales y el equivalente a El Prado paceño, resulta sencillo contabilizar 15 edificios resquebrajados. La firma de lujo francesa Cartier abrió hace poco su tienda en el número 240 de este bulevar. La rehabilitación del edificio, pintado de color granate a imagen y semejanza del siglo XIX, supuso una inversión de diez millones de euros (cerca de 100 millones de bolivianos). En la inauguración de las obras, un responsable municipal reconoció que la crisis está impidiendo la inversión en la ciudad. Y es que, las mayores novedades al respecto son privadas, muchas de ellas extranjeras. Recientemente, el grupo alemán Deka Immobilien compró un edificio por 43 millones de euros (algo más de 400 millones de bolivianos), según Financial Times, la mayor operación de compra en el mercado inmobiliario portugués desde 2009.
La inversión pública da alguna que otra señal de vida, aunque a cuentagotas en un contexto de crisis. La iniciativa Invest Lisboa mantiene abierto un consultorio para llevar a cabo un informe técnico y gratuito, mediante el cual los dueños de los edificios abandonados en la zona histórica de la capital encuentren la mejor rentabilidad a través de colocación en el mercado de los inmuebles, vía alquiler o venta a diferentes compañías. Se trata, dicen sus responsables, de generar nuevas inversiones, puestos de trabajo y oportunidades de negocio.
Pero lo cierto es que el Ayuntamiento ha decidido deshacerse de parte de su patrimonio. La hemeroteca de Lisboa acaba de cerrar sus puertas en Barrio Alto porque el edificio que ocupaba “necesitaba una inversión voluminosa” para su rehabilitación, según el alcalde. Los ejemplos sobran: la municipalidad acaba de subastar 24 edificios con precios un 30 por ciento por debajo del valor de mercado. Las ventas se encajan dentro del programa Reabilita primeiro paga depois (Rehabilita primero, paga después), creado en 2012 con el objetivo de vender edificios municipales vacíos en mal estado, con la única obligación expresa de llevar a cabo obras de rehabilitación con todo tipo de ventajas fiscales.
Leyes incumplidas
Las iniciativas para rescatar a Lisboa del apuntalamiento han sido muchas: Recria, Rehabita, Recriph, Solarh…. “Se han creado algunos incentivos y algunas buenas intenciones, pero en la práctica no se traducen en soluciones. La mayoría de ellos no se han aplicado plenamente por falta de publicidad, por falta de conocimiento de la fiscalidad, la extensa burocracia requerida, y por una banca especulativa que animó más a comprar que al arrendamiento tradicional”, enumera la arquitecta Ana Barros. Desde Fórum Ciudadanía Lx tienen una opinión similar: “Tenemos unas leyes muy bien hechas, pero nadie las hace cumplir. Por ejemplo, un propietario está obligado a hacer el trabajo de conservación cada ocho años, pero las multas son bajas y la Cámara no tiene el dinero para hacerse cargo de los edificios. La culpa esencial es la de todos los que pensaron que es mejor que tener su propia casa que una alquilada. Una cuestión de mentalidad”.
La estética del abandono provoca otros problemas más allá de los meramente visuales, como los incendios o los derrumbes, algo habitual en época de lluvias. El portal tretas.org destaca en este sentido la total ausencia de condenas a propietarios, así como que nunca se han pedido responsabilidades al Ayuntamiento por falta de supervisión, por lo que es de suponer que es la Cámara de Lisboa la que “soporta económicamente” estos incidentes. Esta web también denuncia que el Ayuntamiento, en lugar de reparar edificios propios para instalar actividades municipales, opta por la renta de inmuebles ajenos, lo que supone un gran desembolso de dinero público. Entre bohemia, multiculturalidad y tradición, entre postales que parecen bélicas y espectros de una vida mejor. Entre ancianos mirando quietos desde sus ventanas y entre balcones tapiados. Entre rincones costumbristas y esquinas inverosímiles. Entre calle arriba y calle abajo, con el fado, esa expresión de música portuguesa tan melancólica, siempre de por medio. La imagen de Lisboa discurre entre la evocación y la dejadez. Eso sí, con una luz cautivadora, un olor apetitoso y unos sones nostálgicos. Los (sin)sentidos, en Lisboa, están resquebrajados.// La Razón (COM)
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