Doce escolleras se estiran en el mar como tentáculos petrificados y delimitan las playas de Miramar en parcelas, suficientemente amplias para que esas arenas en suave declive cobijen a bañistas y adoradores del sol de todas las edades. Es un despropósito tratar de reconocer aquí el sector de moda o el balneario que mejor les sienta a los jóvenes. Más sencillo es comprobar que la misma escena familiar –con bebés que experimentan su primer contacto con el mar mezclados con padres e hijos pugnando por mantener en pie sus castillos de arena– se replica, por ejemplo, a los pies del acantilado que bordea el bosque del sur y en el extremo opuesto de la costa de 10 km, delante de los grupos entregados a matear, entre charlas, risas, guitarras y churros, en el complejo Cacho.
Autos y portentosos micros recién llegados desde Mar del Plata desaceleran para recorrer la avenida Costanera, un privilegiado mirador del horizonte copado por el océano y de esa amena tertulia de cuerpos sometidos al fuego lento del sol, mientras una brisa les otorga un respiro.
La ciudad tranquila no pierde nada de su eterna fisonomía cuando irrumpe el ronquido intermitente del Motorino, el coche de paseo para tres pasajeros que Omar Charchú terminó de lograr después de improvisar varias reformas sobre una motoneta fabricada en India, hoy irreconocible.
Una sombra móvil bailotea sobre el frente costero y obliga a la gente de a pie a alzar la vista, para descubrir en el cielo las piruetas de una avioneta. El espectáculo del vuelo de bautismo gana más adeptos entre los seguidores de dos surfistas, que se habían ganado aplausos dominando las olas como expertos gladiadores.
A pocos pasos de ellos, el Motorino sigue adelante, acumulando saludos y fotos a una velocidad que nunca supera los 20 km por hora. Las imágenes del vehículo y sus admiradores se multiplican –y dejan de estar fuera de foco– cuando estaciona en la entrada de 4x4 Aventura. La escala impulsa a dos pasajeros a calzarse el traje de neoprén, patas de rana, antiparras y tubo de oxígeno, dispuestos al bautismo de buceo entre peces de colores en un estanque circular. “El tiempo de inmersión lo decide cada uno. Por ahora parecen estar muy a gusto”, advierte Sergio Scifo, como para desalentar cualquier amago de impaciencia de los acompañantes.
Una hora después, el paso del Motorino perfora la polvareda que levantan las cabalgatas y los cuatriciclos, se pierde y sale indemne del humo que despiden los asadores, en el bosque de coníferas y eucaliptos del Vivero Dunícola Florentino Ameghino. Un sendero peatonal recorta el suelo cubierto de pinochas, en línea recta hasta la Gruta de Lourdes. El aire más fresco y el ambiente sombrío son un bálsamo para ciclistas, aerobistas, amantes del trekking y turistas aliviados, que salen catapultados de sus autos.
Reliquias en el parque
En otro paraje de este perfumado pulmón verde de 500 ha –creado en 1927 para fijar las dunas–, el Museo Etnográfico y Paleontológico Punta Hermengo sugiere la última parada del Motorino en el Vivero Dunícola, al menos para poder admirar la gigantesca chata Gabiso, un carro de carga fabricado en 1868 que era arrastrado por 16 caballos. Es tan llamativa su exhibición en el parque del museo (el diámetro de las intimidantes ruedas traseras mide 3,30 metros) que a más de uno escapa la cercana presencia de un centenario surtidor de nafta Di Tella y la osamenta de un cachalote, encontrada en Mar del Sud.
Sin embargo, es en esta villa turística –a 17 km de Miramar– donde se conserva la pieza mayor de las reliquias que reviven el pasado del partido de General Alvarado: el soberbio edificio del hotel Boulevard Atlántico, último vestigio de un sueño grandilocuente, que apuntaba a establecer un balneario lujoso. El ambicioso proyecto no duró siquiera un año. Se derrumbó en 1888, arrastrado por la profunda crisis que azotaba el país. El poblado pudo ser refundado en 1930 y recién ahora el fugaz hotel está siendo refaccionado como apart, con sala de convenciones y piscina.
Fiel a su espíritu relajado, a salvo de multitudes y estridencias, Miramar propone lo mejor de sus noches en la calle 21 (o 9 de Julio), un circuito de seis cuadras peatonales que se dispara hacia varias direcciones al desembocar en las cuatro plazas del centro. Si la plaza del Polideportivo ostenta la pista de skate más grande del país (inaugurada en octubre), más allá brillan las luces de las 41 tiendas del Paseo de Microem- prendedores y los colores intensos de la Talla Madre Naturaleza, creada por un grupo de puesteros de la Feria de Artesanos.
La obra de arte plasmada sobre una lambertiana exánime de la época de la fundación de Miramar (en 1891) encuentra un correlato del otro lado de las curvas trazadas por el arroyo El Durazno, en los murales de la Bienal Internacional del Arte que decoran el Paseo de la Cultura. Otra eximia muestra de creatividad revela el espacio lúdico y recreativo Bebeteca, coordinado por Verónica Morosinotto en la Biblioteca Municipal General San Martín.
El apego al buen gusto y el orgullo por el pasado local vuelven a deslumbrar en el Golf Club Miramar. Herrajes de bronce, pisos de pinotea, sillas de ratán, sillones acolchados, chimenea de mármol, enormes ventanales y el único link de estilo escocés de la Argentina son los mejores argumentos de este señorial club fundado en 1927 para sustraerse por un rato del persistente embrujo del mar y el bosque.
MINIGUIA
Cómo llegar
De Buenos Aires a Miramar son 461 km por Autopista a La Plata, ruta 2 hasta Mar del Plata y ruta 88 o ruta 11; 4 peajes, $ 64.
Aerolíneas tiene de uno a 3 vuelos diarios sin escalas hasta Mar del Plata (1 h.): ida y vuelta con impuestos, $ 1.940.
Tren desde Constitución hasta Mar del Plata (lunes y miércoles a las 15.20; viernes 15.20 y 18; tarda 6 hs.), $ 210 ida en superpullman, $ 200 pullman, $ 170 primera y $ 500 bandeja para auto.
Micro El Rápido de Mar del Plata a Miramar ( 1h. 30’), $ 16 ida.
Bus cama El Rápido de Retiro a Miramar (6 hs.), $ 294; suite, $ 330.// Clarín (COM)
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